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puede sondeaí·, donde se anidan todas las concupiscen· cias y. tienen asiento todos los vicios. Esto me recuerda los versos del poeta romántico: Yo me he asomado a Jis profundas simai de la tierra y el cielo, y les he visto el fin, o con los ojos, o con el pensamiento. Mas ¡ayt, de un corazón Ueguf ul uiJislllt•, y me incliné, por verlo, y mi alma y mis ojos se turbaron: ¡Tan hondo era y tan negro! (Béc~u~n.) Un hondo abismo con negrura de infierno es ahora el corazón de usted. Perdida la gracia de Dios, ha ca!do ·sobre su alma la más cerrada y oscura noche. Todo en ella es fealdad la más espantosa. Los ángeles cubren su rostro por no verla, y hasta el mismo Lucifer tiene su morada en su corazón llenándolo todo de horror. Desapareció la hermosura sobrenatural que la gracia le comunicaba; huyeron todos los méritos y virtudes que, como magn!ficos adornos, interiormente, ·la ern· bellec!an, y su vida ha quedado vac[a a los ojos de Dios, incapaz de merecer nada para la eternidad. A esto hay que añadir la inquietud en que le habrá dejado su pecado. No dudo que en su conciencia se alzará el remordimiento que con sus punzadas tendrá traspasado su corazón y no le dejará vivir en la paz de los hijos de Dios. Y, como campana que toca a muer- . to, en la cerrada noche del pecado, una voz misteriosa resonará en su interior, repitiéndole sin cesar : ¡Eres un desgraciado! Verdaderamente, hermano mio, es usted un desgra– ciado viviendo en pecado mortal. Está sin Dios, que . huyó de su corazón al entrar en él la serpiente del -173-

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