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gravemente ya de obra, ya de palabra, ya también con el simple deseo o pensamiento. El naufragio en la vida reviste, en ocasiones, más gravedad; y esto tiene lugar cuando las caldas se re– piten una · y otra vez hasta que se contrae el vicio, o sea, la arraigada costumbre de pecar, que es como una segunda naturaleza, que inclina a cometer el pecado de una manera casi irresistible. Y para evitar las caidas es necesario un esfuerzo gigante, de lo contrario, el pobre náufrago no es posible que sea salvo. Hay otros naufragios aún más terribles. En ellos se coloca el hombre en estado tal de pecado, se ve sujeto a él con redes tan fuertes, que para romperlas se ne– necesita algo así como un milagro de la gracia, y mien– tras no se rompan esas redes no hay salvación posible. Es el caso del esposo ·infiel que abandona a su es– posa y se propone vivir con otra mujer que roba su coi:azón, malgasta su hacienda, degrada su alma y le pone en peligro de condenación eterna. Este es tam– bi~n el naufragio del hombre de negocios que, con fraudes, injusticias y robos alcanza una apreciable for– tuna, eri la que pone su corazón y su alma; y no quie– re desprenderse de ella por no dejar su lujo, como– didad y regalo. Por los bienes de este mundo, renuncia a los bienes del cielo. Vea usted cuántos naufragios hay en la vida. Ustect ha naufragado, y su naufragio, por lo que veo, revi~t<' seria gravedad. Ha repetido el pecado, tiene una oc<l – sión que ert gran manera le comprometE', y si no ltH'h:~ por apartarse <le ella, está perdido. Piense que, cuando se rompe el freno de la ley di"' Dios, no hay maldad a qu 0 el hombre no se <'lll.r<·gut•. Su corazón es · eomo un profundo abismo qll<' n:Hi it· - 172-

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