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to nos abruma y nos pone en peligro de apartarnos de El para siempre?» La carta de usted, amigo mío, pide detallada contesta– ción a las ideas sugeridas. Ante todo, no me extraña que sea tentado, pues la tentación es un problema que se presenta ante el hombre apenas da unos pasos por el camino de la vida. Ser hombre y, sobre todo, hombre de mundo, como usted, es estar sujeto a mil tenta– ciones. Tampoco ha de extrañarse usted de que las tentacio– nes se hayan doblado desde que se resolvió a vivir como buen cristiano, pues es frecuente que los que si– guen el camino de la virtud experimenten mayor com– bate. No han faltado santos que han padecido horri– bles tentaciones. ·un ejemplo. Vea usted a San Jerónimo retirado en la soledad del desierto y entregado a la más rigurosa penitencia. No obstante decía: «Mis consumidos miem– bros están vestidos de áspero cilicio ; lloro y suspiro d!a y noche, y cuando a veces me vence el sueño, el húmedo suelo es mi lecho; me veo solitario. y m! co– razón está lleno de amargura. Sin embargo, yo, que, por temor del infierno, me he sepultado en esta soledad~_ yo, que vivo entre €scorpiones y bestias fieras, voy con el pensamiento a Roma y me hallo en medio de las dan– zas. Mi rostro está pálido de constantes ayunos y mi interior está encendido en apetitos desordenados, y en mi cuerpo, consumido y medio muerto, arden todavia las llamas de la sensualidad.» Y si este santo era tan tentado viviendo en la sole– dad del desierto, i. qué extraño es que lo sea usted en medio del mundo en que vive, donde hay tantas seduc– ciones y peligros? ¿No es natural que la frágil barca, -_166-

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