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En esta lucha, al decir de San Pablo, «1~ c~rnc desea o guerrea contra el espíritu y el espíritu contra la car– ne». El espíritu tiene aspíracioncs de ángel, con las que pretende remontarse a las alturas, y la carne tiene ins– tintos de bestia, por los que tiende a arrastrarse por el suelo, levantando en nosotros movim_ientos de orgu– llo, de ira, de avaricia o de lujuria, y otras veces nos echa en brazos de la pereza, para que estemos muy des– cansados sin molestarnos en el cumplimiento de nues– tro deber. Frente a estos arteros enemigos, sintiendo su insti– gación, el hombre, por bueno que sea, experimenta la inclinación al pecado, el atractivo de la .fruta prohibi– da; atractivo que a veces es tan seductor, que se con– vierte en una obsesión constante y hace en ocasiones que la parte inferior del alma, independientemente de la voluntad, se incline al mal sugerido y hasta expe– rimente cierta delectación, que aunque en sí misma no es pecado, por falta de consentimiento, no deja de ser un peligro serio para la virtud. Salta a la vista que para no consentir a la tentación se precisa un gran esfuerzo de voluntad. Recuerdo -que usted en alguna ocasión me ha escrito: <<Tengo que lu– char mucho para ser bueno.» Amigo mío, comprendo sus luchas. Conozco muy bien el barro de que el hombre está formado. Además, por mi ministerio he penetrado en el secreto de las con– ciencias; he visto correr las lágrimas de muchos hom– bres que tne han dicho: <<Padre, yo no puedo más.» He aprendido algo de lo que es el mundo y la vida.. . Sé de sobra la violencia que a veces hay que hacerse para no dejarse arrastrar del incentivo del pecado. Le repi– to: comprendo sus luchas. -163-

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