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Al pensar en el origen de esta tempestad que suele abrumar al hombre en la carrera de su vida, viene a mi memoria lo que Dante nos describe en el proemio de su Divina Comedia. Nos dice este inmortal vate que a la mitad del camino de la vida se encontró en una selva oscura por haberse apartado del recto camino, y esto le llenó de temor tan triste, que la muerte no lo es tanto. Siguió el camino hasta llegar al. pie de una cuesta, cuya cima estaba ba– ñada de rayos de luz. Después de dar algún reposo a su fatigado cuerpo quiso subir la solitaria cuésta donde la luz clareaba. Mas he aquí que al principio ya de la pendiente se le presentó una pantera, ágil, de rápidos movimientos y cubierta de manchada piel, la cual no se apartaba de su vista y le interceptaba el camino. Tras ella se le apa– reció un león que iba hacia el caminante con la cabeza levantada y .con hambre tan rabiosa, que hasta el aire parecía temerle. Siguió luego una loba, que, en medio de su demacración, parecía cargada de deseos, la cual hac!a vivir miserable a mucha gente; el fuego que des– pedia de sus ojos le causó tal turbación, que perdió la esperanza de llegar a la cima. Prescindiendo de lo que el poeta intentaba expresar con este bello símil, puede usted ver aquí una gráfica imagen de lo que acaece al hombre que, siguiendo el camino de la vida, pretende escalar la pendiente de la virtud, en cuya cima clarea la luz de Dios. Tres horri– bles fieras salen a su encuentro para impedirle el paso. Y con estas tres fieras tiene que luchar denodadamente si no quiere ser por ellas despedazado y muerto. La primera de ellas, la pantera de pintada piel, que sale a nuestro encuentro dando saltos felinos, es el -161- 11

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