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Cuando todo va viento en popa, fácilmente nos olvi· damos de Jo fugaces y ruines que son los encantos de la vida; mas cuando la tempestad ruge, se mira al cie– lo y se invoca a Dios como a nuestro único refugio. El dolor tiene, además, en muchas ocasiones una misión purificadora. Con frecuencia se abusa de la gra– cia de Dios y por -este abuso el hombre se entrega al pe– cado. Los pecados repetidos irritan la divina cólera. Dios. como nos ama con ternura de padre, no desea si– no purificarnos de esas manchas que afean el alma, y por eso nos visita con el dolor, nos envfa su castigo amoroso, haciéndonos sangrar el corazón, corno la ma– dre que al hijo tiernamente amado lo somete a una dolorosa operación quirúrgica, a fin de que recobre la salud. Sobre todo, el dolor nos eleva y engrandece ; nos ha– ce, semejantes a Jesucristo, que apuró hasta las heces el .cáliz más amargo que se ha apurado en el mundo. Su corazón fué abatido, oprimido, prensado por el más fie– ro dolor. El camino del dolor es el que han recorrido los san– tos, los héroes que han llegado a la verdadera grande– za siguiendo las huellas ensangrentadas del divino Re– dentor. Tras estas observaciones he de decirle, mi querido amigo, que bien mirado el dolor y recibido como men– sajero de Dios es a propósito para llevar a caho la nhra que el Señor se propone al herirnos con su amorosa mano: y es nuestra renovación interior, la t'<•fnrma entera del hombre. Hasta la misma razón natural comprendP la grande– za y hermosura del dolor, como puede verlo aún en los escritores no cristianos. Vea una muestra. -158-

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