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Y ella, con voz que era un suspiro salido del corazón, exclamó mirando al cielo: -¡La vida! ... ¡La vida! ¡Misteriosa palabra! En ella se encerraba toda una tragedia familiar que ahogaba el alma de aque– lla pobre mujer. Todo esto me ha movido a manifestarle que si la vida liene sus alegrías y seducciones, tiene también sus amarguras, sus tempestades. Y es necesario estar pre· venidos para esos días grises, a fin de conservar la for· taleza de ánimo necesaria para no desfallecer al em. .bate del dolor. · Cuando el hombre comieilza la carrera de la vida, todo -parece sonreirle. Es como el marinero que, por un mar sereno, boga lleno de ilusiones y esperanzas cantando 'festivas barcarolas que amenizan la travesía. Mas he aquí que un día llegando a la juventud sufre una con· tradicción; es objeto del desprecio .de un amigo; su casa es visitada por una desgracia imprevista... Ya en· tonces. la vida no le parece tan bella como en su infan– cia ; su rostro se vuelve sombrío y su corazón se siente herido por el dardo del dolor. Es como el navegante que de improviso ve el cielo cubierto de densas nu– bes; los vientos soplan con fuerza, yérguense impo– nentes las olas, y todo es inquietud e incertidumbre. Ha llegado la hora de la tempestad. -Las tempestades de la vida, como usted ahora puede comprender, son los acontecimientos adversos, o sea, las desgracias que pueden sobrevenirnos durante la travesía que vamos haciendo por el mar del mundo. Entonces nuestra alma se ve como una frágil barca que es combatida de las olas, e impotente para apaei· ·- 15G-

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