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CARTA 31 TEMPESTADES DE LA VIDA Carisimo en Cristo: Siento mucho lo que usted me cuenta en su carta. Ha tenido uno de los más serios disgustos de su vida. Estuvo a punto de perder su des– tino por complicaciones con un amigo que no merecía su amistad. «Gracias a Dios-me escribe usted-, ha pasado todo; pero tuve unos días fatales. Creí que el mundo se me echaba encima, que se cernía sobre mi vida la más ho– rrenda tempestad.» No me extraña, amigo mío, lo que me dice. Viviendo en este mundo, que es un verdadero valle de lágrimas, necesariamente tenemos que ~entir numerosas veces los latigazos del dolor. Dolor que a todos nos llega, y acaso cuando menos se piensa, porque todo parece son– reírnos. Vea usted si no el encuentro que tuve hace unos días con una señora rica y bella. Vestía con extraordinario lujo y se adornaba con joyas que podrían valer una for– tuna. Pero en su rostro se reflejaba una nube sombría; sus ojos humedecidos daban indicio de recientes lá– grimas. Con toda amabilidad le pregunté: -¿Qué le pasa, señora? - 155

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