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sino también el ladrón bolsista, el estafador, el «estra– perlista» moderno, el usurero, el industrial o ·comer– Ciante sin conciencia, el empleado malversador ..., en fin. todos los violadores del séptimo mandamiento de la ley de Dios, que sin reparar en atropellos e injusticias, sin escrlípulos de conciencia se apropian de lo que no es suyo para vivir a sus anchas. «El triunfo es oros», dicen los ricos que, orgullosos de sus riquezas, piensan que ellos ~olos son el mundo, y por eso les parece que tienen derecho a todos los ser– vicios, a todas las reverencias, a todos los regocijos. Esta misma frase la pronuncian también los pobres que no se resignan a su pobreza, por lo cual se impa– cientan bajo la mano de Dios, que no ha repartido en ellos los bienes de fortuna que ambicionan; miran con rencorosa envidia a los ricos y no desean sino apode– rarse de sus riquezas ·para gozar de la vida con la in– tensidad y refinamiento posibles. Poner el corazón en las riquezas, mi querido amigo, es ahogar todo .buen deseo de generosidad y de virtud. Es olvidarse de los bienes del cielo y poner en la tie– . rra todas las aspiraciones del alma, y por este trueque de aficiones una vida completamente materialista ab– sorbe al hombre. El que ama d'esordenadamente las riquezas, según se desprende de la doctrina evangélica, no puede amar a Dios, y excluido de su amistad, se pone en peligro de ser rechazado del cielo. «Ninguno puede servir a dos señores~dice el divino Maestro-, porque o tendrá aversión al uno y amor al otro, o se sujetará al· primero y mirará con desdén al segundo.» Tras esto añade otra frase, en la que pone de 152-

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