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de su corazón. Usted. debe darse cuenta de su dignidad de hombre para vivir, no al nivel de los seres despro· vistos de razón, sino como un buen hijo de Dios, que ha nacido para amarle y servirle. No sea como uno de tantos que ruedan por la vida sin otra finalidad que ésta: Vivir. Se me figura que de los labios de estos hombres se es– capan los siguientes versos rubenianos: ;. Qué soy? ¡Gota de agua desprendida del raudal turbulento de ln vjda! ¡Soy.. algo doloroso cual lamento! .. ¡Arista débil que arrebata el viento! ¡Soy ave de los bosques solitaria! ¡Deshojada y marchita pasionaria! ¡Pasionaria, ave, arista, llanto, espuma .. perdido de este mundo entre la bruma! En la armonía de estos versos va envuelto el amar· go pesimismo del hombre sin ideal, sin amor, sin ob· jeto alguno en la vida. Rodar perdido por el mundo es para él el único destino que trae a la existencia Este vivir tan sólo para el exterior es fruto de la irre– flexión, de la falta de quietud espiritual , tan propias del siglo moderno. Si el hombre tiene el alma y el corazón derramados por fuera, atento sólo al negocio, al bienestar de su casa, al disfrute de los placeres, no puede concentrarse en sí mismo ni darse cuenta del papel que debe desem– peñar en la vida. Sin embargo, por poca conciencia que de sí mismo tenga, el hombre moderno no podrá menos de obser· var que en este trajín de la vida febril que en la actua· lidad llevamos hay una insatisfacción, una inquietud inexplicable, un ansia indefinible que amarga nuestra existencia. Nos falta algo que nos llene el corazón. Di- -15-

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