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el ave enjaulada. Recoja y piense esto que escribe un autor de arraigadas creencias cristianas: «El espíritu humano se empeña en tener alas y quie– re volar fuera de la jaula en que se encuentra prisione– ro. A lo mejor se acuerda de no sé qué horizontes desconocidos, de no sé qué espacios infinitos, y enton– ces pugna por romper las ligaduras que lo sujetan, y en medio de los deleites que embriagan sus senti– dos, siente en su corazón un vacío que no llenan .nun– ca los placeres del mundo, y los devora uno tras otro con sed insaciable. Cada deseo satisfecho es una espe– ranza perdida ; en cada placer encuentra un desenga– ño; las dulzuras de los deleites dejan, si puedo decir– lo así, en el paladar del alma, el sabor amargo de la muerte.» (Selgas.) Así se explica el gran aburrimiento de la vida que se nota en los que se entregan a los más refinados pla– ceres. He aquí el por qué, después de un baile, un banquete, una noche de orgía, se apodera a veces del <tima el frío de la tristeza que quita hasta las ganas de hablar. Es que, después de tanto placer, la vida cans~ y fastidia. Entonces la amarga voz del desengaño se eleva del corazón diciendo : «¿Y esto es la vida? ¿Esto son Jos placeres?» El hombre, entregado a la seducción de los place– res, llega a la mayor degradación moral , queda hecho un esclavo de sus pasiones, y en su interior no se ha llil más que ruina, desolación, muerte. Gráficamente lo expresa un poeta moderno: Saldrá la Vida, por las ulrnenus de los cinco sentidos, a gozar · las· maravillas de los mundos, llenas 146-

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