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La vida es un banquete al cual has sido llamado. Apro– véchate de Jos bienes y hermosuras que ante tu vista se presentan.» ¡Hombre, goza! Esto dice la mese espléndida con sus sabrosos manjares y generosos licores, el teatro y el cine con sus escenas apasionadas y realistas, el salón de baile con sus luces deslumbrantes y todas las re– finadas elegancias, la novela con sus páginas amoro· sas y lúbricas, el prostíbulo con su m~rcanc!a de flores humanas. ¡Hombre, goza! , repite la radio con su música ener– vante, el escaparate con sus mil caprichos, el lujo de autos, hoteles y palacios, la atracción, el hormigueo de nuestras modernas ciudades por donde se pasean tantos hombres y mujeres vestidos siempre de fiesta, los que, a juzgar por las apariencias, han dado con el secreto de la humana felicidad; pero acaso sus vidas estén sembradas de profundos dolores, de ocultas mi– serias que no hay quien se atreva a descubrir. Ante esta seducción de los placeres de la vida, el hombre a quien no contiene el freno de la Ley de Dios siente avivarse en él el deseo de felicidad, y a esos pla– ceres se lanza como el águila joven que, por primera vez, se remonta al espacio, ávida de luz y aire con– fortante; pero sin experiencia de vuelo, puede estre– llarse en las rocas. O como la mariposa que al ver la luz vuela a ella, sin pensar que sus graciosas alas de colores serán abrasadas en la llama. Usted no debe ser así; ante la seducción de los pla– ceres ha de saber mantenerse en los límites de la sana moral. Piense que los placeres ilicitos son como las flores de primoroso vergel que entre sus corolas ocul- -143-
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