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ceres. El alma atormentada por una sed insaciable de felicidad no hace sino volar inquieta y sin rumbo. El mundo le presenta sus atractivos que son como bruñido espejo que la deslumbra. Piensa encontrar en ese brillo la plena satisfacción de sus deseos, y al fin, no halla más que cansancio, decepción, amargura. Es que no nos ha dado el Señor la vida tan sólo para divertirnos, para gozar, sino para acercarnos a El, permaneciendo en su divina amistad. Esto, práctica– mente,. lo olvidan muchos católicos que pretenden vivir al margen de la moral de nuestra santa religión. Se me figura que usted, como excusa de estos des– órdenes, me quiere decir que el hombre lleva en su co– razón un deseo insaciable de gozar; no parece sino un rey destronado que sueña con un paraíso de de– leites. Es verdad. Apenas abre el niño sus ojos a la vida en el regazo de su madre y ya le atormenta el ansia de goces. Esta ansia se mantiene en su corazón hasta que llega a su final carrera, en que sigue ardiendo to– davía en el pecho desfallecido del anciaJlo. ¡Gozar de la vida! ... Este es el grito que brota del corazón del hombre. Y siguiendo estos impulsos, se pretende gozar a todo trance, si puede· ser dentro de la moral, y esto no es posible,.rompiendo el dique de toda ley divina y humana. A este impulso del interior del corazón hay que aña– dir los. atractivos del mundo exterior. y son tantos en los tiempos presentes, que parece que todo se con– jura en la vída del hombre moderno para arrastrarle al goce desenfrenado. Todo viene a ofrecerle placeres para su alma ansiosa de felicidad. .Por doquier oye vo– ces como de dulce sirena que le dicen : cHombre, goza. -142-
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