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mismos. Nos parecemos al navegante que mareado del vaivén de las olas no tiene conciencia de la propia per– sonalidad. Mas en medio de esta vorágine de la vida moderna, siempre ¡ay momentos de soledad y abstracción que pudieran aprovecharse para entrar cada uno en el san– tuario del alma y disponerse a vivir la vida del espíri– tu en toda su intensidad. Sin embargo, esos momentos, de ordinario, no se em– plean más que para cavilar sobre los asuntos o nego– cios terrenos. El uno piensa en aumentar su hacienda ; el otro, en mejorar sus fincas, y el de más allá. en di– vertirse cuanto más y mejor. Sólo un corto número tiende la mirada al mundo sobrenatural, al cual Dios, por su misericordia, nos destina. Yo le pido a usted un momento de reflexión. Prescin– da de todas las cosas de la tierra, de sus negocios y pla– ceres... Atienda a sí mismo... Concentre el pensamien– to en el fondo del alma, y no hay duda que, al instante, se le ocurrirán estas preguntas : « i. Qué soy yo en me– dio del revuelto mar de la vida? ¿Para qué estoy en el mundo? ¿De dónde vengo y adónde voy? ¿Qué será de mi más allá de la tumba?» Cuestiones son éstas que se le ocurren a cualquiera que en sí mismo concentra su pensamiento. Cuestiones que es de todo punto necesario resolver, porque, de lo contrario, nuestra vida será como una interrogación col– gada en medio del abismo. Usted, mi querido amigo, piense que no es un hongo que no tiene otro destino sino vegetar en medio del bos– que, y mucho menos un átomo perdido en el gran tor– bellino de los seres del universo. Algo más grande y no– ble brilla en la luz de su mirada y oscila en los latidos -14-

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