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cMás tarde atenderé al negocio de mi alma. Ahora no puedo. Estoy muy ocupado con mis asuntos. La vida se impone.» Vea, por último, la vejez. Es la edad de los desen– gaños. Entonces parece que el hombre más cuerdo y reflexivo debiera no pensar más que en asegurarse una feliz eternidad. Pero ocurre, hartas veces, que el anciano se pega más a la vida, corno el pobre náufra– go que, en peligro de perecer, se ase a cualquier objeto que flote en el agua. Además que, con la debilidad del cuerpo, faltan energías para ejercitarse en la virtud nunca practicada, y así, sfu apenas darse cuenta, se va el hombre acercando a la hora de la decepción, y llega el triste despertar de la muerte. Entonces, desaparecida la ilusión que le ha tenido engañado toda la vida, com– prende la gran locura en que ha pasado los años. La segunda ilusión consiste en estar fascinados de tal modo con la vida del tiempo, que por ello se vive en completo olvido de la vida de la eternidad, que deben ser dos vidas inseparables. Esta ilusión no es sino una consecuencia de la primera : el que sólo se preocupa de la vida del cuerpo, para nada se acuerda del más allá; no quiere tener presente que esta vida no es más que un rápido viaje, cuyo término es una vida inmortal, que puede ser buena o mala, según nuestros merecimientos. No se apercibe que este mundo es ca– mino para el otro, en donde cada uno recibirá el premio de sus obras. Grandísima, corno ve, mi querido amigo, es la ilu– sión de tantos hombres que viven en la tierra como si jamás hubiera de venir para ellos una hora fatal en que habrán de dar un adiós definitivo al mundo y cuan– to han amado en él.
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