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sqrtos en la vida material, que para nada se acuerdan de la vida del espíritu. Por esta ilusión, el hombre llega a pensar que lo único interesante para él en este mundo de sombras es que el cuerpo crezca, alcance su pleno desarrollo, goce de perfecta salud y esté al al– cance de todas las comodidades y placeres posibles. Todo lo demás, fuera de esto, poco o nada importa. El espíritu, el corazón, la vida del alma mueren de as– fixia entre el polvo de los goces y preocupaciones. Esta ilusión es como una inmensa y oscura niebla que cubre los .ojos de una gran mayoría de los hombres del mundo moderno. Vea usted, si no, la juventud. Es, precisamente, la edad de las ilusiones. La inexperiencia de la vida con- . duce a los mayores fracasos y extravíos. Además, los estudios, las amistades~ las diversiones lo absorben todo y no dejan tiempo para atender a las necesidades del espíritu. Apenas hay jóvenes que reflexionen sobre sí mismos, sobre el estado de su conciencia, sobre la fu– gacidad de las cosas humanas. Rarísimo es el muchacho que, imitando al santo jo– ven Luis Gonzaga, se haga alguna vez esta pregunta: <<¿Qué vale todo esto para la eternidad?» La inmensa mayoría razona de esta manera : <<Esas cosas las dejo para después... Ahora quiero aprovecharme de esta edad florida para apurar la copa de los humanos goces.» Tienda ahora su mírada a la edad madura. Es el tiempo de las serias reflexiones ; pero entonces, con frecuencia, los negocios, los intereses de la casa y fa– milia, el porvenir de los hijos, la posición social. .., en fin, miles de asuntos, embarazan por completo al hom– bre, que, envuelto en su diario trajín, no tiene tiempo para el cuidado de su espíritu, y así también se dice:

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