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Convénzase usted de que la vida hay que tomarla en serio, porque es una responsabilidad. Dios nos la ha concedido para que con su empleo cumplamos toda jus· ticia. Tenemos con el Señor deberes o compromisos sa– grados que no podemos quebrantar a nuestro antojo. Tampoco debemos descuidar los que surgen de las re– laciones con nuestros semejantes. Tomar la vida a broma, es decir, no pensar en ella más que en gozar o pasarlo bien, es perderla; es pre– sentar ante el Señor el más horrible vado, es hacerse responsable de una enorme deuda, es derrochar todo nuestro haber, disipar la más grande fortuna que el Señor ha puesto en nuestras manos. Y esto es un atentado a la justicia, porque, hablando en propiedad, la vida no es nuestra, sino de Dios. Du– rante nuestra permanencia en la tierra, Dios nos la con– cede en usufructo, y, como buenos administradores, no debemos disponer de esta fortuna a nuestro capricho, sino según el divino beneplácito. La vida es también una casa de banca, donde hay que negociar constantemente para recibir a su debido tiempo el interés anhelado. Un banquero está muy aten– to a las operaciones bursátiles. porque un descuido cwil– quiera puede conducirle a la ruina. Dios nos entrega, al darnos la existencia, un crecido caudal de bienes. Es preciso negociar con ellos durante todo el curso de nues– tra vida como buenos banqueros, de Jo contrario nues– tra ruina es segura. Recuerde usted la triste suerte del siervo perezoso de la .parábola evangélica. Su señor le había entregado un talento, es decir, una suma de dinero para que, po– niéndolo en el Banco, negociara con él y asf pudiera doblar su fortuna; pero él, por evitarse el trabajo y la - 132-

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