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CARTA 26 SERIEDAD DE LA VIDA Carísimo en Cristo: Al ponerme hoy a escribirle, por asociación de ideas, ha venido a mi mente una anécdo– ta ·que conservo en mi libro de notas. Permítame que se la narre. Hace ya muchos años que, terminada una santa mi~ sión en un pueblecito castellano, regresaba yo en tren a la capital de provincia. Me complacía en recordar aquellos días de gracia de la misión, en que tantas al– mas habían escuchado la palabra de Dios, se habían en– fervorizado y, como fruto práctico, habían prometido vivir en el cumplimiento de la santa ley de Dios. De pronto, voces broncas de hombres vinieron a tur– bar aquellos santos recuerdos. Eran unos obreros que en el departamento inmediato al mfo se entretenfan en cantar canciones nada decentes, intercaladas con frases incultas, hasta con algunas blafemias. Entre la mul– titud de cánticos entonados en el trayecto cantaron uno con el siguiente estribillo, que varias veces repitieron: Es la Canción de la guasa. La vida se toma a broma, ¡y a ver, aefiores, qué es lo que pasa! Llegamos al término del viaje- y al bajar al andén o! -130-

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