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seguíamos platicando sentados bajo los álamos del par– que hasta que la campana de la capilla, al oscurecer, nos tocaba para el rezo del santo rosario; y usted acu– día también a la oración, que juntamente con mi ins– trucción sencilla iba transformando su alma y encen– diendo su corazón en santos deseos. Llegó el momento de nuestra separación. El adiós fué tierno y afectuoso. No parecía que nos separábamos para siempre, sino que habíamos de seguir tratándonos en la intimidad. Me lo daba el corazón. Poco después de regresar a mi convent.o recibo una carta de usted, en la que me ruega encarecidamente que de cuando en cuando le es– criba recordándole las pláticas que solía darle sentados bajo los álamos del parque del balneario. Con muchísimo gusto acepto su propuesta. Le escribiré ordenadamente sobre materias en gran manera apropiadas a su espíritu y a su vida de hombre de mundo. El hombre y la vida. será el tema de mis cartas: Le haré ver lo que es el hombre y cómo debe portarse para conservar su dignidad y nobleza y así alcanzar su últi– mo fin. También le pondré de manifiesto lo que es la vida, sus luchas, sus seducciones, sus peligros, para que sepa usted dominarla y elevarse sobre todas las mise– rias humanas hasta que logre su pcrfccción de hombre y de cristiano. Mas, como ve, ésta se va alargando demasiado y no hay espacio para entrar en materia. Esto lo aplazo para la siguiente. Se reitera de usted afectísimo en Cristo Jesús FR. c. DE V. -12-

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