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cEn mi desolación me he lanzado a Dios como a un re– fugio, me he asido a la plegaria como a un paracaídas.» Lanzarse a Dios en medio de la desolación es el me· jor medio para hallar lenitivo en nuestros dolores. Este lanzamiento a Dios se realiza con la práctica de la re– ligión. Ella vierte en el corazón el bálsamo del consue– lo que enjuga nuestras lágrimas y conforta nuestro es– píritu. Nuestra fe en Dios es algo verdaderamente alentador y fortificante en las crisis dolorosas del alma. La plega– ria e.s como un sedante para nuestra sensibilidad exci tada. Se cumple en ella Jo dicho por el poeta cristiano: Por la misma herida abierta que caliente sangre brota, brota el bélsamo tranquilo de la fe del corazón. (G. y GALÁN.) Vea usted lo que es la religión para el hombre : luz, fuerza y consuelo. Cuando ella nos compenetra y vivi– fica la vida se avalora, la virtud se hace accesible, ca– minamos hacia nuestra perfección moral. Quiero recordarle la leyenda de la estatua de Memnón en Jos desiertos de Libia. En aquella vasta soledad se alzaba silenciosa. Pero luego que el sol aparecía por el lejano horizonte, al caer sobre la estatua sus rayos, des– pués de calentarla, misteriosos sonidos resonaban en su interior. Esta estatua que canta a la luz del sol representa al hombre. El se alza en medio del sombrío y mudo desier– tQ del mundo; mas si la religión vierte sobre él sus ra· yos de eternidad, brota del fondo de su ser una divina armonía que, resonando en .su interior, le llena de luz y de vida; y asi, se eleva hasta Dios el más bello himno de adoración y de amor. 119 -
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