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vicio. Las pasiones le arrastran al pecado y no hay fre– no que mejor las contenga que la religión. Cierto que hay otros resortes que nos llevan a obrar rectamente, como son: la esmerada educación, la esti– mación de la propia persona, el miedo a los castigos de la ley. Pero muchas veces las pasiones son tan fuertes, que nada importa el deshonor, y se llegará a burlar la vigilancia de la policía más experta. Sin el dique que la religión nos presta se llega en ocasiones a 1¡¡ mayor degradación moral, al más repugnante desenfreno. Y como este mundo es un verdadero valle de lágri– mas, además de luz y fuerza, el hombre necesita con– suelo. La pobreza, la enfermedad, la decepción de la vida, los reveses de la fortuna, el abandono de los ami– gos, la muerte de los seres queridos y, en fin, otras des– gradas innumerables nos oprimen e.J corazón; y si no hay algo que nos conforte sucumbimos bajo el peso del dolor. No busque usted consuelo a su dolor en la ciencia. Ella podrá distraerle unos instantes, pero no llegará a suavizar las heridas del alma. Recuerde cómo hasta Schopenhauer, en medio de los dolores de su enferme– dad, suspiró varias veces invocando a Dios. Esto llamó la atención del médico que le asistia, y así le preguntó:' «¿De suerte que hay Dios hasta para el filósofo?» El ;mfermo respondió: «La filosofía sin Dios no vale para el sufrimiento.» Tampoco lo puede calmar el refinamiento de los pla– ceres. Estos tal vez por un momento logren adormecer cíertos sufrimientos, pero son incapaces de llegar al es– píritu para confortarlo. Una muestra· al azar. El gran poeta hispanoamerica– no Rubén Darlo, harto de triunfos y de placeres, decía : -118-

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