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cendentales de la vida; ha de tener principios ciertos para saber conducirse por el mundo y, sobre todo, para saber enfrentarse con la muerte. «¿Quién es Dios? ¿Cómo ha creado el mundo? ¿Qué es el hombre? ¿De dónde viene. y adónde va? ¿Qué es la vida? ¿Qué nos espera después de la muerte? ... » Todo esto hay que conocer con certeza, a fin de no vivir en una interrogante espantosa. Y para este conocimiento ·se requiere una luz de lo alto que excluya toda duda, de lo contrario el alma, envuelta en tinieblas, no podrá menos de ser victima de la más horrible inquietud. Esta luz, tan necesaria al hombre,. sólo puede verter· la en nuestro espíritu la religión; la cual, por medio de la verdad revelada, nos esclarece· los enigmas que ante nuestros ojos se presentan. La religión es como el sol que nos ilumina, nos alegra, nos hace ver el lugar en donde nos hallamos y nos muestra el camino que necesitamos seguir en nuestros derroteros. Créame, mi querido amigo, y para más convencimien– to suyo consulte la Historia : siempre· que el hombre por sí solo ha pretendido adentrarse en los trascenden– tales problemas de la vida, a pesar de sus estudios, me– ditaciones o investigaciones cient!ficas, ha caldo en mi· les de errores; y sin la adecuada noción de Dios, del hombre, de la vida, del más allá, por sabio que sea, no puede menos de vivir hundido en el abismo de la duda. En cambio, con las enseñanzas de la religión, el hom· bre más sencillo, hasta el niño de. la escuela, se ve en· vuelto de luz en su alma, camina con certeza, sabiendo adónde va y lo que tiene que hacer para llegar feliz– mente a su destino. También el hombre para vivir con perfección necesi· ta una fuerza interior que le aparte de la pendiente del -117-
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