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rceord:1rlc su desgracia. Para ello le refirió una parábola, (!n la qllt' Jp hablaba de dos hombres : el uno era rico qut• pos.. f;, llHJcho ganado; el otro, tan pobre que tenía tan ~úlo uua uvejita. El rico tuvo la osadía de quitar al pobrt' su ovcjita para dar de comer a un huésped que tenia <'11 t·asa. David, indignado al oír la narración del proft'1.:1. I'Xdnmó: «Vive Dios que tal hombre es reo de mucrl<'.» gnt.oiH·cs Natán, con voz grave como de juez que pronuucia su sentencia, le replicó : ttEse hombre eres tú.» A t•mJt.inuación le recordó los beneficios de Dios, los qll(.' t• l n •y, en un momento de pasión, habla olvidado par:~ entregarse al adulterio y demás pecados que le acomp:u'iaron. David, al oír al enviado de Dios, sintió las punzadas del remordimtento en el fondo de la con– cieneia y con profundo dolor imploró del Señor mise– ricordia. Esta historia se repite con frecuencia en el mundo cristiano. E l hombre caldo en pecado muchas veces se ve sumido en profundo letargo; mas oye por casualidad la voz del sacerdote o 1ee un pasaje del santo Evange– lio, por ejemplo : la parábola del Hijo Pródigo o de la Oveja Perdida. Entonces su conciencia se despier– ta y clama con voz de juez: ttTú eres ese hijo pródigo .. ., esa oveja perdida... Tú eres un hombre ingrato a los beneficios de Dios.» Si a usted le pasa algo parecido en la vida, si estan– do envuelto en pecados siente los reclamos de la con– ciencia, debe imitar al rey David, implorando al momen– to la misericordia de Dios. No basta escuchar la voz de la conciencia. Es nece– sario seguir su dictamen. Cuando ella le diga a usted : 113-

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