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CARTA 22 lmCLAMAMOS LA CONCIENCIA Carisimo en Cristo: No habrá olvidado usted las no– ciones que en mi anterior le daba de esa voz interior que todos sentimos en nuestro corazón, la cual llama– mos concienda, y que no es otra cosa sino la voz de Dios que nos enseña, nos manda y nos juzga. Ahora tengo qu" afladirle cómo debe usted portarse al escu– char .esa voz misteriosa, o sea, me propongo darle a co– nocer sus deberes con la conciencia. Ante todo, mi querido amigo, es menester que usted atienda a esas llamadas interiores y en ellas reconozca los avisos QUl' Dios, paternalmente, quiere darle. Muchas veces los hombres nos volvemos sordos y no hacemos caso tic los reclamos de la propia conciencia. Cuando ella nos habla procuramos ahogar su voz con el griterio de los negocios, placeres y diversiones de la vida. Nos agitamos tanto exteriormente, que no deja– mos tiempo para t•l reposo de la vida interior. Es verdad que a pesar de nuestros esfuerzos para ahogar su voz, la conciencia nunca calla; pero también es cierto que cuando hacemos por no oirla, esa voz in– tima se va volviendo cada vez más débil y confusa. Hay almas de conciencia tan encallecida, que por ellas res· - 111-
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