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chos; pero lo que usted y hombres como usted. ante todo, necesitan es una sólida instrucción religiosa. Us– ted tiene fe; mas _esa fe la conserva envuelta entre el polvo de ias preocupaciones terrenas;. las verdades re– ligiosas que aprendió de niño las ha ido arrinconando en el fondo del corazón, como se arrinconan los mue– bles viejos que no se usan, y, en la práctica, es como si por completo las desconociese. Es menester recordar esas verdades, dar al alma el manjar espiritual que ne– cesita para mantener su vida cristiana. La lectura de libros que le ilustren sobre el Dogma y la Moral de nuestra religión católica, el escuchar al sacerdote cuan– do explica el santo Evangelio o expone la doctrina cris- • tiana, le refrescarán esas verdades que usted tiene em– polvadas, y con esto no dudo que una luz desconocida penetrará en su alma para confortar su corazón y mos– trarle el camino que debe seguir, a fin de mejorarse y hacerse perfecto cristiano.» Mientras yo as! le hablaba, noté en su rostro una ex– presión de aprobación más que de extrañeza. Me pare– cia que su espíritu adormecido iba despertando de su letargo y, con gran placer mio, oí que usted me pedia que, al menos en los días que hablamos de permánecer en el balneario, le fuera yo recordando, en nuestras charlas intimas, las verdades de nuestra fe. Accedí a sus deseos y le fui hablando, en largos ra– tos, de Dios, del alma, de Jesucristo, de la Virgen, del Cielo. Y fué para mí una alegria inmensa el notar el bien que hacían a su alma aquellas mis sencillas plá– ticas. Usted me decía que mis palabras caían en su alma como cae el rocío sobre las flores mustias por los ar– dientes rayos del sol. Por eso a sus ruegos, seguíamos, -11-

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