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helos d€ gloria y de mando, en un rato de reflexión ex· clama: «¡Mi conciencia tiene millares de lenguas, y cada lengua repite su historia particular, y cada histo– ria me condena como un miserable! ¡El perjurio, el perjurio .en el más alto grado! ¡El asesinato, el horren· do asesinato hasta el más feroz extremo! Todos los crí– menes diversos, todos cometidos bajo todas las formas. acuden a acusarme, gritando todos : «¡Culpable! ¡Cul– pable!» (Acto V.) He aquí, mi querido amigo, la voz sombría de la con– ci·encia en los que obran la maldad. Ella es el testigo que observa nuestras acciones y nos echa en cara nwis– tros desórdenes. Ella nos juzga y nos atormenta con sus remordimientos. Muy bien expresa un poeta sus oficios diciendo: · Conciencia nunca dormida. mudo y pertinaz testigo, que no dejas sin castigo ningún crimen de la vida. La ley calla, el mundo olvida. Mas ¿quién sacude tu yugo'! Al Sumo Hacedor le plugo rlue, a solas, con el pecado, fueses tú, para el culpado, delator, juez y verdugo. (NúÑEZ DE ARCE.) Esta voz interior podemos d€cir que no es sino el eco de la voz de Dios. Porque sin Dios que imponga el deber y ante el cual salgamos responsables de nuestras acciones, no habría por qué avergonzarnos del mal, no temer el castigo de los pecados, sobre todo de los ocultos. SI; Dios, por medio de la conciencia, nos intima su ley, nos alienta con el premio y nos amenaza con el castigo. -109-
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