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en el orden moral, han de ser dirigidas por la luz de la inteligencia iluminada por la fe. Dice Santo Tomás: «Son moralmente buenas las pa– siones reguladas por la razón y malas únicamente las que se apartan de su dirección o moderación.» Si las pasiones nos inclinan al mal, y con la reflexión y el propio esfuerzo las dominamos, ejercemos uti acto digno de premio, nos ejercitamos en la virtud, que con frecuencia no es sino el triunfo de la voluntad contra las malas pasiones. Si asi no lo hacemos, las pasiones no dominadas por la razón serán origen de múltiples desórdenes en nuestra vida, ocasión de los vicios más degradantes; pues el vicio, al contrario de la virtud, es el triunfo de la pasión desenfrenada sobre la recta razón. El hombre víctima de sus pasiones es un rio que se desborda, un corcel que rompe su brida, una lo· comotora salida de sus rieles. Cuando Dios crió al hombre infundió en su naturale– za los poderosos estimulas de las pasiones para que le ayudasen a obrar. Mas en uri. principio eran dóciles, y siguiendo el dictamen de la razón, conducían a la vir· tud. Pero vino el pecado y con él esta armonia sufrió graves trastornos. La inclinación al mal surgió en el corazón con indomables bríos, las pasiones se hicie– ron rebeldes, y con esta sublevación por fuerza tiene que alzarse la lucha interior que todos experimentamos. Para no sucumbir en este combate que se desarrolla en el propio corazón necesitamos un esfuerzo constan– te, que es lo que nos recomiendan los autores ascéticos. Mas no basta nuestro esfuerzo; es menester la gra– cia de Dios. Y para merecer esta gracia se impone el contacto con el mundo sobrenatural, el recurso a la - 104-

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