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Estos movimientos son excitados por las imágenes sen– sibles en cuanto nos representan con viveza el bien que podemos amar, alcanzar y poseer, y el mal, que, natu– ralmente aborrecemos y deseamos rechazar. Estos mo– vimientos se alzan del corazón aun antes de que la se– ria y detenida reflexión nos mueva a buscar el objeto que nos atrae, o huir del que nos es enojoso. Hay pasiones que pertenecen al apetito concupisci– ble, que nos impulsan a lo que es bueno o deleitable, o nos apartan de lo que es malo o doloroso. De esta cla– se son: el amor y el odio, el deseo y la aversión, el gozo y la tristeza. Hay otras que nacen del apetito irascible, que enton– ces se despierta en nosotros cuando hay alguna dificul– tad para abrazarnos con el bien o para huir del mal, como son: la esperanza y la desesperación, el temor y la audacia, y la ira, que no tiene contraria. Como usted ve, las pasiones del apetito concupiscible nos inclinan al goce; las del irascible, a la lucha. Ve– mos, por ejemplo, una rosa. Su vista nos mueve a co– gerla par.a disfrutar a nuestro sabor de su espléndido matiz y de su suave perfume. Mas si esta rosa se halla cercada de espinas que nos dificultan su corte. un nue– vo movimiento experimentamos en el corazón, y es el de quitar los obstáculos que nos impiden gozar de sus encantos. El primer movimiento nace del apetito con– cupiscible; el segundo, del irascible. Las pasiones pueden considerarse en su ser físico y en relación a la moralidad de nuestros actos. No mene– gará usted que, en sí mismas consideradas, son buenas. Pues así como es bueno. naturalmente, gozar de vigo– rosa salud y tener todos los miembros, órganos y -102-

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