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por mi ministerio, a tratar a hombrE s, como usted, de intachable conducta al exterior, de inmejorables sen– timientos; pero que en ellos el nivel religioso está a cero. La causa de esta frialdad en esos hombres, como en usted, estaba expresada en la confidencia que a conti– nuación me hizo. «Ya ve usted, Padre-me decía entonces bajo los ála– mos del parque-. Salí muy pequeño de mi pueblo. Me adentré en la vida. He trabajado, he luchado, he sufri– do por abrirme paso en el mundo y crearme una posi– ción desahogada... Tengo tres carreras, las que he con– seguido con no pequeños esfuerzos. Lo demás todo lo he olvidado. Todavía queda en mi corazón algo así como un rescoldo que lo calienta, y es la fe que mi madre sembró en mi alma. Esto es lo que hace que no me ol– vide por completo de Dios y que cumpla, aunque mal y no siempre, con mis deberes religiosos.» Si, créame usted, mi querido amigo: la lucha por la vida, el trabajo, el negocio, el trajín de la éasa, de la oficina, la fábrica o el taller absorben totalmente a mu– chos hombres y no les dejan tiempo para reflexionar sobre sí mismos ni para acordarse de Dios y de su al– ma, a fin de hacer un poco por salvarla cumpliendo sus deberes religiosos. ·Seguía yo lamentando esta triste realidad que se nota en muchos hombres de mundo, diciendo que con un poco ~e buena voluntad podían ser muy buenos cris– tianos y hasta santificarse en medio de sus trabajos y negocios, cuando usted me dijo que le indicase un me-· g\o para ello, pues su deseo no era otro que mejorar de vida. cNo sólo hay un medio-le contesté yo-, sino mu- -10-

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