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Es un olo;.' grato que viene y se va, y causa una sensaci6n· placentera durante algunos minutos. Al bajar el río han quedado al aire las orillas cortadas, de tierra rojiza , con las raíces de viejos árboles caídos, pataleando . Otras raíces semejan melenas de~greñadas . En las orillas más altas abundan las plantas florecidas, que recuer– dan a los aligustres, y donde el río ha golpeado en las grandes crecientes la tierra está amontonada, derrumbada sobre las formidables aletas de los higuerones caídos. Son árboles corno gigantes de cuentos, muertos por delicadas espadas de agua. Dan pena ahora que se están pudriendo. Los viajeros han remado durante muchas y largas horas, y se sienten cansados, algo molestos. Ni ellos mismos se han dado cuenta, hasta que repentinamente surge el duende malicioso. En una rabija de playa las tortugas han tomado el sol hasta muy tarde . Detrás hay una quebrada ancha cubierta de Huiririrnas. Los viajeros, regresando al buen humor tras unos momentos de debilidad , la llaman Sarnaipa Yacu, o Río del Descanso. Pero no se detienen ahí. Han remado mucho, más que ningún día . No quieren quedarse en cualquier lugar después de haber gustado las delicias de las playas anteriores . Pero ya no se ven playas. Entre · dos luces, Miguel Angel dispara a una Harpía, dejándola muerta en el sitio. Los viajeros al verla no , estaban seguros; luego se dan cuenta que la rapiña no vale para nada. En un relleno de la orilla derecha hay lugar suficiente para montar la carpa a doble agua. Miguel Angel aplana el piso suave y abre un canal a . cada lado por si llueve. El río queda muy abajo y hay lodo a la salida . Juan Santos - 82 -
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