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queda muerta sobre la arena. Un pequeño caimán nada con la cabeza fuera del agua entre las tortugas. Juan Santos con el arpón de Manuel atrapa la tortuga herida y la echa en la canoa. La playa queda vacía en pocos segundos. Los viajeros están de pie, admirados, observando el largo y oloroso rastro de los quelonios. Temen haber turbado la paz de aquellas criaturas . Los disparos siempre adquieren un matiz opaco y triste cuando buscan matar . Y en la canoa hay ahora tres tor– tugas planas y negras, muertas, sobre un manchón de sangre. Es una pena, una verdadera pena. El silencio, siempre el silencio, es imponente. Huele el cuerpo a sudor, y brillan los remos chapoteando en el agua. Los viajeros ven tortugas por todas partes, tortugas adorme– cidas que doblan la cabe za asustadas y se zambullen con rapidez cuando ya la canoa está encima de ellas . El lugar re– sulta un maravilloso parque de animales silvestres que observan el paso de la canoa sin mayor recelo. Dos Guacamayos rojos miran para los viajeros sin moverse. Angel dice desde la popa: "iPum! " y ellos continúan muy cerca el uno del otro cimbreándose sobre sus fuertes patas. Son dos Guacamayos ariscos, bellos, en una curva cualquiera del Río del Tiempo . Algo que puede ser una serpiente nada deprisa hacia una sombra cubierta por Paririhuas. Ninguno de los viajeros puede verlo bien. el río ha depositado seca y limpia. Es el deslizan la canoa a uno de los remos, Son las cuatro. En la margen derecha, una larga playa de arena. La arena está sitio ideal para acampar. Los viajeros sobre la arena y la varan, amarrándola que clavan en la orilla. - 43 -

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