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Ya se está haciendo tarde. Los viajeros observan las ori– llas en busca de un buen lugar para acampar. Hay mil detalles en la vegetación que parece monótona a simple vista. Mezcla– dos y luchando por un rayo de sol crecen los Dundos de hoja ancha y de espinas diminutas, las yerbas de Salangu ásperas y bravías, las Tangaranas de flor roja, las Capironas negras, las Paririhuas con las hojas redondas como platos, los lirios acuáticos de flor blanca y las enormes hojas de Mandí verde enroscadas como serpientes a los troncos de árboles antañone~ Hay palmeras Patihuas,Pamihuas -y Usahuas rompiendo la pesadez y seriedad de los muchos gigantes de la selva. Las palmeras están en flor o sus frutos están verdes. En un lugar donde el río se hace laguna hay un pequeHo desnivel en la margen izquierda, con dundos y hojarasca fáci– les de cortar y limpiar . Parece un buen sitio para levantar la car pa. La orilla está cubierta de lodo blanquecino y el agua cho– ca contra un viejo tronco, cambiando de dirección. Angel arrima la canoa y la amarra a un yutso. Miguel Angel y Juan Santos ar~eglan con sus machetes un lugar aceptable entre dos dundos. Los dundos han soltado sus espinas y el cuerpo les arde. Luego, mientras Manuel y Angel suben lo necesario. Miguel Angel y Juan Santos entran a la selva en busca de una palmera con yuyo tierno. La carpa ha quedado muy bien instalada y delante de ella está l a l ámpara de gas. Detrás se levanta una algarabía de loras a: ocadas y al otro lado del río, a dos tiros de piedra, sobre las ramas secas de un espino dos bellísimos Guacamayos rojos otean el horizonte inquietos. - 35 -

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