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La canoa no puede pasar por allí. Es imposible maniobrar a tiempo. El agua está a punto de entrar por la popa cuando la embarcación se sienta sobre el tronco, Manuel y Juan Santos empujan desde la proa hacia atrás, mientras Angel y Miguel Angel enderezan hasta enfilar la canoa por el pequefio chorro. Ha sido un pequefio susto, sin consecuencias. Los cuatro hombres ríen el incidente. Hay un profundo gozo en cada palabra, el instinto de la vieja aventura que aflora a los ojos y produce alegría . Ninguno de los hombres sería capaz de describir esas horas de silencio y batir de remo, cadencias de selva antigua con hombres nuevos en busca de un encuentro inesperado. Un en– cuentro con la naturaleza que siempre es tremendamente feliz. Angel a veces habla solo, piensa en voz alta su alegría. Manuel parece la esfinge del mascarón de proa de una antigua nave en busca de suefios. El río es ancho, como de veinticinco metros, y cuando el agua no golpea los troncos guarda silencio. Agua, bosque y silencio. En una rama alta grita un gavilán. Manuel intenta un dis– paro largo y el ave cae entre las ramas con un ala rota . Juan Santos y Miguel Angel saltana tierra y suben una pequefia loma que desciende en seguida hasta una quebrada donde ~~ encuentra la rapifia acurrucada a la defensiva. Juan s~~~os la remata de un machetazo y la trae a la canoa. Es un gavilán de color blanco y café . Juan Santos piensa que ha de ser cierto el dicho de los riberei'los del Napo : "Pez que nada y ave que vuela son buenos para la cazuela". Le quita en seguida las plumas en caliente y lo deja entre los bultos. Angel dice que las tripas le servirán para poner sus trampas. Cada loco con - 26 -
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