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En su casa de Llunchi anidan las grandes Migales cerca de las camas y en las hojas de las cabuyas que dan al río. Las Avispas construyen sus nidos entre las ramas de los naranjos y comparten la sopa del mediodía con ellos, caminan– do sobre los platos. Uno se admira de ver con qué rara facilidad el hombre vuelve a lo simple,a la más amable convivencia con los insec– tos y los animales .El sol, la lluvia, el lodo, las Anacondas, las Iguanas, los pequeños e insustituibles Vampiros arracima– dos tras los pilares de la casa, las Hormigas Arrieras ••• toda una heterogénea compañía con la cual Angel y Juan Santos han hecho una especie de pacto de buena vecindad. La casa está construida con troncos de palmeras y anchas hojas de Conambo que recubren el techo. La casa mira al río y está rodeada de cedros y tecas que ellos mismos plantaron. En los caminos crecen las cabuyas y las yerbaluisas formando setos.Desde la ventana que da al poniente se ve en las tardes el sol rojo perdiéndose tras el monte Sumaco. Su luz, como sangre, llena el río a través de las nubes. Luego se hace pálida y desaparece. Huy cerca están las chozas de los indígenas, algunas del otro lado del río que es anchísimo. En los atardeceres nubla– dos el humo de las cocinas sube recto y azul contra el cielo gris, y huele a carne seca y a chicha de yuca. A esa hora vuelan las garzas sobre el río. Vuelan muy ba– jas, muy juntas, formando una mancha blanca,hasta algún árbol solitario donde se dejan caer para pasar la noche. En la isla de Llunchi los veranos son muy llevaderos. El viento corre por toda ella y apenas se nota el calor, excepto en las horas muertas de la media tarde. El río frente

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