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el viejo cauce se llenaba d~ arena o formaba una pequefia laguna en medio , cu.biel'ta d~ l i!·ios acuáticos que servían para dormitorio de caiman8s. Sobre el lomo de l c;s vie jos troncos vio en seguida el hombre muchas conchas blancas d··~ hongos parásitos. Una proce– sión de hormigas arrieras desce~díQ por uno de ellos abriendo un camino verde con las hoj as rotas de una guaba amarilla. En el suelo, cerca de la orilla se levantaba un hormiguero reciente. El hombre les echó unas hojas mientras recordaba que una noche, tiempo atrás, se llevaron todas las hojas de uno de sus naranjos dejándolo como un esqueleto mondo. Bajo la sombra del higuerón volvían a saltar las palometa& El hombre aún tenía un anzuelo sin cebo. No había prisa. Los peces caían mejor hacia el atardecer, entre dos luces, cuando las aguas de las orillas se enfriaban. El hombre tuvo un pen– samiento divertido. Pensó de pronto si los peces dormirían, con los ojos siempre abiertos . El creía que sólo descansaban, la vejiga a medio inflar, sobre las yerbas o en las cuevas. Y si no dormían, ¿cómo vivían?, ¿cuántos afies tendrían los grandes bagres? - se preguntó después. El hombre se dijo que debían crecer mucho en poco tiempo. Y otra cosa: ¿Dónde morían? Nunca había visto un pez de los grandes muerto de ' viejo, ni siquiera sus huesos que eran fuertes y había que partirlos a hachazos. Una gran luminosidad había llenado el Río de Piedra. El hombre vio los troncos pelados y secos blanqueando bajo la luz.Supuso que más adelante habría otros muchos troncos hasta llegar al río grande. Sorbió un poco de agua con la mano y se sintió completamente feliz . Prend~ó un nuevo cigarrillo, y el huino subió casi vertical. Sc!n<6, y al ,¡acerlo supo con toda - :l.:l -

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