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Se nutrían de ella. Las puntas de las raíces presentaban anillos como hongos tiernos. En estos árboles las raíces carecían de fuerza para sostenerlos, y para sobrevivir se sujetaban por la copa con otros árboles, envolviéndose y entretejiendo sus ramas hasta formar una pared de lianas y bejucos. Cuando subió el sol, el hombre inclinó la visera de su go– rra de tela sobre la frente. En la quebrada se estaba bien. Dentro de la selva silbaban los pájaros . Sobre la tierra húmeda y caliente se amontonaban las hojas caidas, formando una alfombra de mal olor. Por todas partes brotaban plantas, enredaderas y florecillas buscando un rayo de sol. Todas las hojas eran verdes excepto las tiernas que nacían con renuevos de color de sangre seca. El hombre contemplaba el más bello jardín, un jardín silvestre, descontrolado, exótico y lleno de ritmo. La vida corría imparable. Al verlo, respiró profundamente, mantenién– dose erguido frente a la selva. Algunos árboles tenían la copa llena de flores. Un estallido rojo, como gigantes de cuentos con la cabeza llena de sangre. El hombre volvió su mirada al agua. Ya no había mariposas. Un martín pescador de gran tamaño voló a ras de agua y se detuvo en una rama mirando al hombre. El pequeño río se había llenado de ruidos ásperos. El calor se dejaba sentir, aumen– tando a cada momento. La camisa del hombre estaba empapada en sudor . El Río de Piedra era retorcido y caprichoso. El hombre conocía otros iguales. En verano las aguas lamían las orillas y jugaban con ellas.Cuando llegaba el invierno saltaban sobre los troncos haciendo ruido, arrastrándolo todo . Rompían el viejo cauce y abrian otro nuevo . En el verano siguiente - 9 --

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