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cuando se quedaban adormecidas en el agua empozada y calient~ La herida, muy dolorosa, gangrenaba con rapidez. El hombre estiró las piernas y volvió a acomodarse apoyan– do el brazo derecho en un tronco grueso . Una chicharra de largas alas duras se alocó un instante entre dos ramas y sa– lió rebotada contra una hoja de caucho. El hombre se rió al verla. Era normal; debía estar asustada. Las chicharras cantaban de día en los troncos y volaban de noche en ciertas épocas del ano hacia la luz. Los cocuyos y la luz de los chimbuzos de petróleo en las casas eran una trampa para las chicharras. Venían sorpresivamente y se dejaban caer armando gran bulla. A veces se orinaLm encima de uno. Entre las mariposas amarillas vio luego el hombre una gran mariposa azul y dos rojas.La mariposa azul era torpe y bella. Las rojas batían sus alas mant ,miéndose erguidas. Con las antenas alzadas, apenas sa detenían en la arena. Los yutsos se habían llena,lo de hojas rojas y flores por los vástagos . Olían a veces , cuando el aire se movía con suavidad. El resto del tien,po no olían nada. También olían al atardecer, pero su perfume se per ,::ibía de lejos, y casi nunca se sabía de dónde llegaba.En la selva nunca se sabía de dónde provenían los ruidos,el aire o el olor de las flores. Estaban en alguna parte desde donde se entregaban totalmente mante– niendo su secreto. Sobre la quebrada un enorme higuerón dejaba caer de vez en cuand~ sus frutos como higos, verdes y duros. Caían en el agua, y hacían iplop!, dibujando círculos. Ahí debajo vivían los peces más grandes, los más resabidos, los que habían llegado a sobrevivir. En ocasiones se dejaban enganchar en el anzuelo, y cuando - 7 -

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