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cas, bajo un chorro de sol. Las mariposas palparon en la cara del hombre cosquilleándole con las antenas. De la tierra subía un olor cálido de agua y pescado. - iNo hay prisa! - pensó el hombre. - iEstas sensaciones hay que vivirlas profundamente! Dejó de mirar luego a las mari posas y preparó una trampa con un pequefio anzuelo. En el remanso nadaban multitud de pececillos cruzando veloces por debajo de las ramas.Los había negros con ojos rojos, y brillantes con panzas irisadas. Perseguían las pequeñas semillas y a los insectos que flotaban. El hombre amarró el anzuelo y tiró del nailon apretando el nudo. Si había pirañas cortarían el sedal de una dentellada y perdería el anzuelo. El tuvo la culpa por haberse olvidado el hilo de acero.Las pirañas pequeñas no lo rompían . Sus dientes eran afilados, pero no estaban fuertes. Más tarde, en el Río del Tiempo, ya vería. Allí las pirañas eran grandes, de mandíbulas terribles. Vio correr bajo el agua una Palometa persiguiendo una basura. Al curvar ella el lomo la vio un momento. Era pequeña y debía tener hambre. Era curioso: los peces de ·los ríos pe– queños siempre tenían hambre, sobre todo en verano, cuando las aguas se estancaban. En invierno nunca se sabía dónde quedaban ocultos. Seguramente nadaban al río grande o a las lagunas para estar más anchos y pasar desapercibidos. En. eee tiempo era inútil insistir. Despreciaban los cebos mejores, las lombrices y los chambicos . Nadaban entre dos aguas, saltando en las bocas de las quebradas, en los remolinos de lodo y agua negra . En el río grande había mucha más comida y espacio . En ese tiempo ~adie los perseguía. 5
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