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UN LARGO VIAJE China a través de los ojos de los Capuchinos posición quiere rescatar del olvido la actividad de aquellos misioneros en China durante las décadas centrales del siglo XX, y quiere resaltar con qué ojos vieron los capuchinos aquel país, aquellas gentes, aquella cultura y tradiciones. Por ello la ex– posición, lo mismo que el catálogo, tiene un corte cultural y dedica espacios importantes al viaje, a las distintas tradiciones religiosas presentes en China, al té, que es un elemento cultural de primer orden. Además se hace hincapié en la historia de la difusión del cristianismo en China y en la activi– dad de los misioneros en las tres misiones que tu– vieron allí los capuchinos: la de los alemanes de Renania-Westfalia (Tienshui), la de los austriacos del Tirol (Kiarnusze) y la de los capuchinos de Na– varra-Cantabria-Aragón (Pingliang). Ofrecernos una galería de misioneros, en muchos casos franciscanos, ilustres, que desde el siglo XIII dejaron su vida y sus energías en China. A ella le sigue la galería de algunos (no todos) de nuestros misioneros de Pingliang. Algunos murieron allí y otros fueron forzados a volver a España. A todos corresponde el mérito de haber difundido el evan– gelio hasta los confines del orbe, confines geográ– ficos y todavía más culturales. Juan de Piancarpino. Partió de Lyón en 1246 para pedir al gran Khan de los tártaros, en nombre del papa Inocencia IV, la paz y la conversión. La mi– sión fracasó, pero corno compensación obtuvo el permiso de predicar el Evangelio en el reino de los mongoles, del que trajo muchas noticias a su re– greso a Lyón (escribió la Historia de los Mongoles). Juan de Montecorvino (1247-1328). Durante 10 años peregrinó por Armenia, Persia, Tartaria, lle– gando a Pekín en 1289. Durante 34 años desarrolló 10 un trabajo ingente, casi todo solo. Formó clero in– dígena, construyó iglesias y convirtió treinta mil chinos y mongoles. Fue nombrado primer arzo– bispo de Pekín. Murió a los 81 años. Odorico de Pordenone (1265-1331). Después de haber predicado y expulsado demonios en Arme– nia y Persia, cuando contaba 50 años partió para China. Llegó a Pekín después de siete años de viaje, que aprovechó para predicar el Evangelio en India y en el archipiélago indonesiano. Volvió a Italia atravesando el Tíbet y la India septentrional. Nos ha dejado una relación admirable de sus cin– cuenta mil kilómetros recorridos por tierra y por mar, siempre con los pies descalzos y el cilicio en los lomos. En los años de ministerio apostólico del Beato Odorico de Pordenone los cristianos chinos eran más de treinta mil. Pero en 1368, con la caída del imperio mongol y su sustitución por la dinastía Ming, las fronteras de China se cerraron y las cris– tiandades chinas se desperdigaron, desapare– ciendo posteriormente poco a poco. Fue necesario esperar doscientos años antes de que la evan geli– zación fuera reernprendida por los Jesuitas. Mateo Ricci (1552-1610). Jesuita de Macerata (Las Marcas-Italia), literato y científico, llegó a China en 1583, donde estudió la lengua y la cultura del país, consiguiendo entrar en la corte imperial de Pekín. Con aguda inteli gencia y discreción evidenció los puntos de contacto existentes entre Confucio y el Evangelio. A su muerte se contaban dos mil católi– cos, casi todos de la clase dirigente. Adam Schall (1592-1666). Jesuita alemán, astró– nomo, continuó la obra de Mateo Ricci haciéndose mandarín. Organizó en la corte imperial una co-

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