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UN LARGO VIAJE China a través de los ojos de los Capuchinos Misioneros en China En estos momentos me resulta difícil precisar cuando oí hablar por primera vez de la misión ca– puchina del Kansu, o de Pingliang, que es una pe– queña ciudad, cabeza de distrito, donde estaba ra– dicada la misión capuchina, de esa región mayor Kansu (Gansu), que se sitúa entre el centro y nor– oeste de China. Pero lo más probable es que fuera en el seminario de Alsasua, donde vivía, para no– sotros niños, un fraile muy mayor, el P. Julián de Yurre, que había sido misionero en China, de donde había sido expulsado por el gobierno co– munista de Mao-Tse-Tung (en realidad fue el úl– timo en salir de China junto con el P. Fernando de Dima, a finales de 1953 o inicios de 1954). China era el lugar más remoto, con una cultura comple– tamente distinta a la europea y exótica al mismo tiempo, y con una lengua endiablada e imposible de aprehender, cuya escritura consiste en ideogra– mas y no en letras. Por tanto el P. Julián, que toda– vía jugaba a pelota a mediados de los años setenta, era como un héroe venerado, imposible de alcan– zar. .. China era además el lugar al que había lle– gado san Francisco Javier, otro héroe del que reso– naban en nuestro recuerdo los versos de José Mª Pemán en su obra El Divino impaciente. Y los chinos eran los destinatarios, en nuestro imaginario in– fan til, de los donativos que pedíamos, hucha en mano, el día del Domund . Más adelante, siendo joven estudiante capuchino, recuerdo haber oído hablar de la misión de Pin- 8 gliang, de su experiencia personal allí, al P. Ale– jandro Labaka, entonces misionero en Aguarico (Ecuador), quien al ser nombrado obispo de la misma misión poco después, pidió al papa Juan Pablo II poder volver a China cuando las circuns– tancias lo permitieran. Por aquel entonces (1984) Alejandro estaba programando un viaje a China para establecer contactos con la antigua misión. De estos testimonios y de los de otros viejos misione– ros que todavía llegué a conocer (PP. Pedro Bau– tista de Tolosa, Gerardo de Erro y Fray Dositeo de Albíztur) quedó impresa en mi la idea de que los que habían estado allí, y todavía querían volver con los años que tenían, habían llegado a amar China con un amor profundo, sincero y desintere– sado que lo conservaron en su corazón durante el resto de sus vidas. La misión de Pingliang fue durante el curso de su existencia (1926-1954), y también después, muy querida por los religiosos de la provincia y el sueño de sus ansias misioneras, sobre todo de los jóvenes de la provincia, pues eran ellos quienes po– dían acometer el aprendizaje de una lengua que entrañaba una dificultad extrema y a la que había que dedicar, casi en exclusiva, al menos los dos pri– meros años de estancia en la misión. Pero ello, lejos de aminorar el entusiasmo, lo inflamaba más, ha– ciendo de esta misión la niña de los ojos de la pro– vincia de Navarra. Bien podríamos decir que era la misión preferida, precisamente por las dificul-

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