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nómicos, lanzadas a la aventura de unas condiciones precarias donde se requiere sentido de creatividad y de asociacionismo. Tam– bién se cuenta con la base ventajosa c!e una fe cristiana común a ca– si todos. La tarea será hacer madurar ese germen de Evangelio, de forma que llegue a inspirar y dar forma tanto a la comunidad ecle– sial como a la urdimbre familiar y social. El problema subirá de grado si un día, como es de prever, llega a instalarse en las márge– nes del Napo una gran refinería de petróleo, acelerando el crecimien– to de la población. La insuficiencia de personal misionero - sacerdotal, religioso y seglar -, que ya ahora preocupa, se hará sentir progresivamente, a menos que tengan éxito los pasos iniciados con miras a una so– ¡ución pluralista, en que los capuchinos se vean, no ayudados, sino alineados con otros elementos autónomos bajo la misma autoridad pastoral, mirando a nutrir cuanto antes los cuadros misionales con vocaciones nativas sacerdotales y religiosas. De momento la aportación más urgente de la comunidad cristiana local es un eficiente despliegue de catequistas - líderes seglares, que lleguen a ser verdaderos "delegados de la Palabra", según el sistema que tan buenos resultados está dando en varios paí– ses de América latina. Esto no quiere ser una normativa, pretensión absurda en quien observa las cosas desde fuera, sino una simple perspectiva de futuro que se permite el autor y que, como se ha podido ver, corresponde a la que los mismos evangelizadores han trazado en sus reuniones conjuntas de los últimos años. Y para poner punto final, ¡honor a los misioneros y misio– neras que han hecho posible, en estos veinticinco años, una hala– gueña esperanza sobre el porvenir del Evangelio en Aguarico! -160-
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