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CONCLUSION Cinco lustros ¡hxlicados a una tarea de roturación y de se– mentera evang<·Iil·a no es un tiempo excesivamente largo. Y, por lo que ha quedado recogido en las páginas que preceden, no es poco ni fúcil lo que se ha h echo por la joven Iglesia de Aguari– co. El fin de la labor misionera es la plantatiiO Ecclesiae. Los admi– rables cultivadores de esta parcela del Señor pueden hacer suya la reflexión de san Pablo: Yo planté, A¡x>l.o regó, ¡)ero sólo Dios da el OI1ecimiento. NI el que planta es algo [ni el que riega, sino Dios que hace crecer (1 ,Cor. 3, 6s). Tal como hoy se presenta la realidad demográfica del terri– torio no parece tarea fácil configurar la Iglesia local como comu– nidad de fe y de compromiso cristiano. Dejando de lado los gru– pos huaorani -será ya muoho conseguirles una sobrevivencia no sólo cultural sino aun biológica-, merecen atención particular las minorías étnicas más o menos uniformes. El método socio - pastoral de las comunas con sus catequistas líderes, puesto en maroha estos últimos años, es un grande acierto. El próximo de– cenio dirá, tal vez, si esas minorías, hasta ·hace poco dueñas in– discutibles de la selva y de los ríos, se integrarán con el resto de la población en alternativa de igualdad, conservando su identi– dad, o por el contrario quedarán absorbidas sin lograr persistir corno tales, o se encerrarán en sí mismas por efecto de una mar– ginación discriminatoria. Deberá ser el encuentro en la misma fe cristiana y en el mismo anhelo de realización corno creyentes y corno hombres, lo ·que les hará situarse dignamente en el futuro contexto económico y cultural. Viene después el problema, también socio - pastoral, de la mayoría inmigrante, conjunto abigarrado de gentes sin cohesión social, dislocadas de su ambiente tradicional y de sus hábitos eco- -159-
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