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El plan del provincial era hacer de aquellas miswnes una empresa de la jerarquía ecuatoriana; serían financiadas median– te contribuciones impuestas a las mesas episcopales, a los bene– ficios eclesiásticos y a las órdenes religiosas. Pero se interpuso un hecho que hizo cambiar el plan en un sentido menos nacio– nal y más romano. Un sacerdote de la Obra de la Propagación de la Fe, don Francisco C. Pizarro, había pasado entre tanto al Orien– te estableciéndose en Coca. En 1866 viajó a Roma, fue recibido por Pío IX y habló con el general de la Compañía de Jesús con el intento de conseguir misioneros; luego fue a España con la misma finalidad. Como era de prever, la Congregación de Pro– paganda Fide avocó a su jurisdicción el nuevo campo misional. Pío IX ocreó el vicarlato apostólico del Oriente, poniendo al frente del mismo al sacerdote don Daniel Pastor, que se hallaba en Ro– ma. Quiso obtener jesuítas, pero el general le dio la negativa, ale– gando la falta de personal. La reacción en Quito no se hizo esperar. El nuevo concilio, reunido al año siguiente, promulgó un decreto sobre las misio– nes, que fue remitido al sumo pontífice y al general de la Compa– ñía. Las misiones eran declaradas competencia de las autorida– des eclesiástica y civil de la República. Se adjudicaba el territo– r-io del vicariato a las diócesis de Riobamba,. Cuenca y Loja; se lo denominaba misión de Oriente y quedaba confiado exclusivamen– te a los jesuítas, ·quienes se obligaban a ocupar misionalmente toda la banda oriental: regiones del Napo, Gualaquiza, Zamora y Macas. Los recursos económicos !Corrían por cuenta de la Igle– sia ecuatoriana. Se llegó a una solución de compromiso. El vicario apostó– lico, don Daniel Pastor, hizo entrega del vicarlato a los jesuítas; uno de ellos, el padre Andrés Justo Pérez, fue nombrado por la Santa Sede vicario apostólico, sin cará·cter episcopal, de todas las misiones del Oriente. Con esto se lograba una autonomía ab– soluta respecto a las diócesis ecuatorianas. El presidente García Moreno dio su apoyo entusiasta a la obra. En 1870 entraban los primeros misioneros. Comenzaron por reorganizar los pueblos de indígenas cristianos, dieciséis en total. De ellos pertenecían a la región del Napo: Archidona, Te– na, Puerto Napo, Ahuano, Santa Rosa, Suno, Co·ca, San Juan, la -13-

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