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Cuando el fuego quemó las sogas, el tigrillo salió corriendo todo adolorido y jurando vengarse. Cuando halló al conejo, se echó sobre él, pero el conejo se escondió en un agujero de armadillo. -¡Te pillé! - dijo el tigrillo, echándose en la boca de la cueva. Pasó un día y otro día, y el tigrillo se moría de hambre. -¡Ese pícaro ha vuelto a engañarme fugándose por otro agu- jero! Y caminó de nuevo hasta llegar a una fiesta. Una guatusa baila– ba, un armadillo tocaba la flauta, y el conejo hacía sonar el tambor: -¡Ya eres mío! -¡Ay, ay, no me mates! -suplicó el conejo . - Déjame termi– nar la fiesta y luego me comes. -Bueno; está bien. Pero me has de enseñar a tocar la flauta. Eso es muy fácil - dijo el conejo. - La única dificultad es que tienes la boca muy grande y el aire se te escapará . Yo te puedo hacer la boca como la del armadillo. -Sí, me gusta - aprobó el tigrillo . En seguida, el conejo le ató la cabeza con lianas, apretándosela hasta que ya no pudo hablar. -Ya verás como con esto se te estira la boca y puedes soplar . - .. -jHuuummm ... huuummm ... ! - gruñía el tigrillo ha- ciendo estuerzos . El conejo, cuando lo vio bien atado, salió corriendo hacia la selva, dejando al tigrillo furioso y corrido por el nuevo engaño. 75

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