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-¡Amargo, amargo, amargo! Luego fueron reventando todas las pepas del maito . -¡Tuuf, tuuf, tuufst-. . . Viendo el engaño, el Aya sacó con furia el maito y lo arrojó lejos. Miró hacia arriba y vio al hombre sentado en el árbol . -¡Pícaro, carajo! Se volvió al sapo y le dijo: -Cuñado, déjame tu hacha. El sapo le contestó: -Ahora no sirve. No está afilada. Contrariado, el Aya intentó subir al árbol; pero "¡Shuuugg!" resbaló . Sin más se puso a llorar . - ¡Ya no comeré! Cuñado, préstame tu hacha. -No, no sirve. No está afilada. El Aya estuvo llorando hasta el amanecer, y muerto de hambre se marchó de allí. El hombre bajó del árbol, y el sapo le aconsejó: -No vuelvas más. porque el Aya te ha de comer . -*- 43

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