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-Esto se amarra así y así, y al amanecer aparecen las bolitas tal como yo las llevo. Habla amarrado a las más gordas. Cuando salió el sol les dijo: -Dentro de un rato se os romperá el tamshi. Mientras tanto, el hombre marchó a su casa, y allí contó a su mujer lo ocurrido. Ella le dijo: -Matemos a las huanganas. El le contestó: -Vete no más. Las más gordas están amarradas. La mujer fue y mató cuantas quiso. Más tarde cuando la mujer marchó a regalar carne a los parientes, el hombre regresó a la selva a tocar la corneta. Las huanganas se le acercaron, y él las mandó por el buen camino para que los hombres no las mataran. Este hombre fue en adelante el Señor de las huanganas. Este hombre solía poner ollas de barro sobre el techo de la casa. Sus parientes untaban veneno en las flechas de las cerbatanas, y luego él tocaba la corneta. En seguida llegaban las huanganas en manadas. Todas gordas: una, dos, cien, mil . .. En cierta ocasión, el hombre salió de la casa y dejó la corneta a su hermano, aconsejándole: -Cuando tengas hambre toca una vez. Pero él tocó muchas veces. Salieron las huanganas de debajo tierra y le quitaron la corneta. Al regresar el hermano y enterarse de lo sucedido, lleno de furia le mató. Luego corrió detrás de las huanganas gritando: -¿Por qué os lleváis la corneta? Ellas le contestaron: -¿Por qué tocaste tantas veces? Ya no te la devolveremos. El hombre rogó y rogó; pero ellas no le dieron la corneta, sino un rejón: -Con este cazarás. Lo arrojas una sola vez y matarás las huanganas. Así ocurría. Moría la huangana y el rejón regresaba solo. Un día que el hombre marchó a pescar, su hermano menor le rogó: -Yo daré de comer a tu mujer y a tus hijos. Déjame el rejón. -Bueno -le aconsejó su hermano, -lo arrojarás una sola vez, y él re- gresará solo. -Bien, vete tranquilo. Cuando llegaron las huanganas, arrojó el rejón a la primera. Luego lo tomó de nuevo y lo vulvió a lanzar; pero esta segunda vez, el rejón se le clavó en el corazón, matándolo. Al regresar su hermano, y enterado de lo sucedido, corrió al pueblo de las huanganas pidiéndoles el rejón. Pero ellas le dijeron: -Ya es tarde. No de lo daremos más. Y el hombre, sin corneta y sin lanza, regresó a su casa llorando. 109
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