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Los pigmeos admirados le dijeron: -¡Tú tienes agujero en el trasero! -Sí -replicó el hombre. -Lo que como, sale por ahí. -Nosotros tenemos w1o muy chiquito -'contestaron ellos -y sólo nos sale vapor. Luego le pidieron que les agrandara el agujero. Así lo hizo el hombre, y todos pudieron evacuar. Algunos sin embargo, murieron, porque involun– tariamente el hombre les atravesó con el palo. Luego los pigmeos le dijeron: -Toma nuestras mujeres para que los niños tengan el agujero normal. El hombre tomó a las mujeres y las puso encintas. Más tarde nacieron niños varones y hembras normales. Comían y evacuaban como todos. Un día llegó un puma y dijo al hombre: - ¿No tienes pena por tu mujer? -Si -dijo él -pero no sé por dónde salir de aquí. -Tu mujer está llorando en la chacra con tus hijos. Los pigmeos le dijeron: -Vete con el puma. Nosotros ya podemos comer y evacuar. Cuando el puma le hubo llevado al interior del bosque, de dijo: -¡Cierra los ojos! y luego -¡Abre los ojos! Y al abrirlos se encontró en la base del cerro donde había recogido los Tayus. El puma habló nuevamente al hombre: -Yo subiré arriba para mostrarte el camino de tu casa. En su casa, la mujer lloraba. Contó a su marido cómo quisieron ena· morarla, pero se negó. -¿De dónde vienes? -preguntó luego. -Del pueblo de los pigmeos -respondió el marido. Y se quedó a vivir en la casa. -*- 105

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