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El Napo se ensancha definitivamente en la confluencia con el río Coca, y en adelante mantiene esta configuración, ganando anchu– ra progresivamente. El color del agua es casi siempre terroso. Fuera de la época de crecientes es fresca, tendiendo a tibia. Su profundidad es relativa: el cauce propiamente dicho puede alcanzar los doce o trece metros, con una anchura de unos cien metros. El resto son playas o bajiales que rara vez sobrepasan los dos o tres metros. En las épocas secas hay lugares donde la navegación resulta impracticable incluso para pequeñas canoas a motor, ya que desaparece el cauce y aparecen lo que aquí se denomina como regaderos, es decir, el agua se extiende por todo el cauce dejando las arenas casi a la vista. Hasta época reciente los nativos se trasladaban de una parte a otra en canoas a remo, costumbre que va desapareciendo poco a poco con la llegada de los motores fuera de borda. La surcada de este río siempre era por la orilla, impulsándose con una larga pértiga y timoneando con un remo. Cuando las crecientes eran fuertes, era imposible seguir y había que esperar hasta que mermaran las aguas en casa de algún pariente o amigo. El río Napo siempre será importante, pero con la llegada de las carreteras su fisonomía y su aire exótico y colosal quedarán relegados sin duda a un segundo plano. El hombre ribereño vive hoy en el río y del río; es la única carretera libre y segura. Mañana habrá, sin duda, medios más modernos y rápidos. El valor del río Napo dependerá de la habilidad del hombre para mantener viva su flora y su fauna, lo que a nuestro modo de ver presenta un interrogante bastante serio. 19

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