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En el caso de los cedros ha sucedido que, planeados al mismo tiempo y a pocos metros unos de otros, luego de algunos años, mientras el primero está en primavera, con los botones a punto de reventar, su vecino está en verano, y el de más allá con las hojas recién caídas. Si tenemos en consideración que la mayor parte de la flora es peren– nifolia, el problema se agudiza. Se tiene la impresión de que cada planta o cada árbol elige las estaciones a su conveniencia y antojo. Lo que sí es cierto es que, como en todas partes del mundo, tiene mucha importancia el lugar en que se hace la siembra o el plantío. Hay que tener en cuenta el sol -si le da de mañana o de tarde-, el aire, la humedad, la cercanía de casas u otras defensas, etc. El agricultor se las ve y se las trae a la hora de hacer la poda o un injerto. También la influencia de la luna es innegable en muchos aspectos. Los árboles cortados en luna tierna se apolillan. Para que un rosal dé poca hoja y muchas flores debe podarse en cambio en luna tierna. Poda e injertos han de ser en luna llena... Todas estas precisiones son a nivel popular y práctico; pero como ya se ha dicho en otro lugar se requieren estudios más científi– cos y defmitivos. También en este sentido es válido el testimonio de los animales, quienes por instinto conocen el ciclo climático. Las tortugas, por ejemplo, ponen sus huevos en las playas a partir de fmes de noviem– bre, coincidiendo con lo que se considera la estación seca. Pero ha sucedido con frecuencia que precisamente por esas fechas o>ra cuando más altos estaban los ríos. Para la denominación vulgar es verano cuando hace sol, e invierno cuando llueve: O sea, en un día puede a veces suceder que se den tres inviernos y un verano, o dos veranos y un invierno. Para los nativos Quichuas no hay más que el tamia uras, tiempo de lluvia, y el inti uras o rupai uras, que es tiempo de sol o de calor. Respecto a la calidad de las aguas hay que decir que una parte de ellas procede de los altos picachos de los Andes y otra parte de las frecuentes lluvias locales. Las aguas procedentes de la montaña vie– nen batidas y soleadas, y , hasta el presente, son potables. Las otras, que provienen de quebradas o lagunas, son negras, son más calientes 17

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