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Así el nativo sabe que aunque el mono, por ejemplo, trate de sacarse la flecha, la punta quebrada y llena de veneno quedará dentro y aca– bará matándolo. Lo mismo sucede con algunas aves, las cuales al volar desprenderían la flecha, pero esto no sucede sin que la punta les quede dentro del cuerpo. El curare se extrae de un bejuco llamado Strichnos toxifero. Se le raspa la corteza, y el aserrín resultante se coloca en una especie de embudo sobre el que se vierte agua mezclada con saliva. El licor que destila es negro. Colocado en una ollita de barro junto al fuego se le ~alienta hasta que produce nata. Esa nata, recogida y apelmazada, es la que se unta en la punta de las flechas. Este dato lo hemos tomado de nuestra convivencia con los Huaorani del río Dicaron. Los nativos Quichuas han perdido la costumbre de elaborarlo. Sin embargo, dada la carestía y subido valor del pertrecho, los cazadores están volviendo al uso de la cerbatana, aunque no sea muy eficaz para la caza mayor. Un buen curare puede matar a un mono adulto en diez o doce segundos. La carne queda perfectamente comestible, ya que el vene– no sólo afecta a los nervios motores, paralizándolos. El viejo sistema de las trampas nunca se ha olvidado, principal– mente para atrapar los pequeños y sabrosos roedores que se acercan hasta la chacra casera para comerse la yuca y los sembríos de maní. La Ticta, la Tuclla y la Panda, por señalar algunas, son trampas a base de nudos corredizos o huecos, mediante las cuales se consiguen las presas vivas. Otras trampas, preparadas a base de flechas o armas de fuego, son definitivas para el animal y se preparan con una precisión in· creíble de altura, tamaño y ángulo de disparo. La pesca. Hemos hablado en otro lugar de la gran riqueza ictiológica de la zona (ver cuadro de peces y mamíferos acuáticos, pág. 59). Vamos a señalar aquí algunos de los implementos que el Quichua usa para este arte de supervivencia. 111
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